jena of the day: la estacionalidad
Mi relación con las sopas no es que sea de amor-odio, es que siempre ha sido de odio-odio. Pero, a la vejez, he ido introduciéndome en el sustancioso mundo de los líquidos absorbidos vía cuchara y, poco a poco, el tema ha ido convenciéndome.
Un propósito que siempre aparece en la lista de los propósitos a no cumplir durante el año que comienza es el de comer mejor. Para ello, lamento insistirles, pero es la verdad absoluta, nada como el nudo estomacal. Porque los doritos, las palmeras y el häagen-dasz atraviesan con dificultad el susodicho bloqueo y, sin embargo, las sopas, caldos y sopicaldos entran bastante bien.
Así que para intentar nutrirme y detener esa caída libre (bienvenida, por otro lado) en mis dimensiones físicas (89,1 he pesado esta mañana, prácticamente entrando en la desnutrición más absoluta) me he pasado a las sopas.
Y, claramente, lideran este segmento los sensacionales creadores caldísticos de Aneto que unen al excepcional sabor y textura de sus líquidos elementos que oscilan desde el garbancístico caldo de puchero hasta el font-vellístico caldo de pollo sin sal, un diseño gratísimo del packaging y una utilización de la comic sans absolutamente sobrecogedora. Pérez-Loser, se le estarán saltando las lágrimas. Lo sé.
Una gama reforzada este año por una idea estelar: el caldo de navidad. Y dirán ustedes "¿y qué coño lleva un caldo de navidad?" Los más graciosos (el propio Pérez-Loser) quizás se aventuren a decir genialidades como "extracto de ilusión" o "jugo de reno". Pues no. Una mezcla en las proporciones justas de codillo, pollo, zanahorias, puerros y no sé qué más, pero que está realmente grata. Grata sí pero, ¿navideña?
Así entramos en lo que es el proceloso tema de la estacionalidad. Porque en cuanto que se acabe el concepto navidad (alabado sea nuestro señor por ello), el caldo:
a) desaparece de los lineales, o
b) algún genio de marketing le cambia dos puerros por una cebolla y lanza el caldo primaveral (el caldo veraniego, me gustaría a mí verlo).
Así que ríanse uds. de Carrie Bradshaw surcando las zapaterías de New York comprándose Blahniks a toda hostia. Me estoy haciendo una ruta por los prycas de confianza para hacer acopio de caldo navideño e intentar aguantar hasta el próximo verano (caduca: 07/07) que va a superar con creces el almacenamiento de Fantas de Sandía con el que pude afrontar la pérdida del jugoso refresco durante lo más crudo de un crudo invierno. Porque esto de la estacionalidad, para los gourmets, es realmente una jena.
Un propósito que siempre aparece en la lista de los propósitos a no cumplir durante el año que comienza es el de comer mejor. Para ello, lamento insistirles, pero es la verdad absoluta, nada como el nudo estomacal. Porque los doritos, las palmeras y el häagen-dasz atraviesan con dificultad el susodicho bloqueo y, sin embargo, las sopas, caldos y sopicaldos entran bastante bien.
Así que para intentar nutrirme y detener esa caída libre (bienvenida, por otro lado) en mis dimensiones físicas (89,1 he pesado esta mañana, prácticamente entrando en la desnutrición más absoluta) me he pasado a las sopas.
Y, claramente, lideran este segmento los sensacionales creadores caldísticos de Aneto que unen al excepcional sabor y textura de sus líquidos elementos que oscilan desde el garbancístico caldo de puchero hasta el font-vellístico caldo de pollo sin sal, un diseño gratísimo del packaging y una utilización de la comic sans absolutamente sobrecogedora. Pérez-Loser, se le estarán saltando las lágrimas. Lo sé.
Una gama reforzada este año por una idea estelar: el caldo de navidad. Y dirán ustedes "¿y qué coño lleva un caldo de navidad?" Los más graciosos (el propio Pérez-Loser) quizás se aventuren a decir genialidades como "extracto de ilusión" o "jugo de reno". Pues no. Una mezcla en las proporciones justas de codillo, pollo, zanahorias, puerros y no sé qué más, pero que está realmente grata. Grata sí pero, ¿navideña?
Así entramos en lo que es el proceloso tema de la estacionalidad. Porque en cuanto que se acabe el concepto navidad (alabado sea nuestro señor por ello), el caldo:
a) desaparece de los lineales, o
b) algún genio de marketing le cambia dos puerros por una cebolla y lanza el caldo primaveral (el caldo veraniego, me gustaría a mí verlo).
Así que ríanse uds. de Carrie Bradshaw surcando las zapaterías de New York comprándose Blahniks a toda hostia. Me estoy haciendo una ruta por los prycas de confianza para hacer acopio de caldo navideño e intentar aguantar hasta el próximo verano (caduca: 07/07) que va a superar con creces el almacenamiento de Fantas de Sandía con el que pude afrontar la pérdida del jugoso refresco durante lo más crudo de un crudo invierno. Porque esto de la estacionalidad, para los gourmets, es realmente una jena.