Jena Of The Century: Pacheco ha muerto
Claro, no soy yo. O sí. Porque, desde luego, una parte gigante del Pacheco que yo era murió este viernes.
Ha sido muy duro. Un enfisema se lo ha llevado después de 5 años de no poder respirar, que se dice pronto. Y fíjense que he tenido tiempo para mentalizarme, pues no hay manera. Hasta que no sucede, no sabes cómo te va a arrollar el tsunami. Y te arrolla. Ya lo creo que te arrolla.
Qué quieren que les diga. Estoy perdidísimo. Supongo que esto es lo que te pasa cuando pierdes la única referencia realmente buena que tienes y me parece que tiene mal arreglo la cosa.
Pacheco Sr. era lo que los italianos llaman un fuoriclasse. En muchos aspectos de la vida. Fue un padre cojonudo, una persona brillantísima que nunca nos puso límites, sino que simplemente nos enseñó a pensar y a tomar decisiones por nosotros mismos. Y que permitió que nos estrelláramos las veces que hiciera falta, con la tranquilidad de saber que siempre estaba él ahí para recomponer los pedazos.
Y cuando digo que me he muerto un poco mucho este viernes es porque me parezco muchísimo a él, justo en todo lo que no tiene que ver con el fuoriclassismo. No me digan que no es una jena. Los dos siempre tenemos la razón absoluta sobre cualquier tema y lo hacemos todo bien (cuando le tocábamos las narices, mi madre nos llamaba Don Perfecto y Don Perfecto Jr.) y somos unos terroristas verbales que en muchas ocasiones hacemos daño involuntario a los que más queremos. Que digo yo que ya me podía haber parecido en lo guapo, que en los mítines las tías le gritaban "Pacheco, capullo, queremos un hijo tuyo" y él, señalándonos a mi hermano y a mí, decía "aquí tenéis dos".
Mi padre tenía una cosa maravillosa: siempre ha hecho lo que le deba la gana. Por ejemplo, en su última etapa, en sus continuos ingresos en el hospital le ponían dieta sin sal. Nos obligó a traerle un salero con el que inundaba la crema de calabacín, el pollo asado o lo que se terciara. Y delante de las enfermeras, por supuesto. Y como también consideraba que las 8 galletas con mantequilla y mermelada que servía el hospital como desayuno se quedaban ligeramente escasas a nivel calórico, cada día las completaba con el liviano suplemento energético de un bocata de chorizo king-size, que siempre era olido con admiración por sus compañeros de habitación. Por cierto, por si alguien del Hospital de Fuenlabrada lee esto: sois unos fenómenos.
Le gustaba mucho el fútbol. Decía que era del Athletic por hacerse el snob, pero realmente era del Madrid. Fue un gran jugador, un interior izquierdo que le pegaba con las dos piernas, con mucha clase según rezaban las crónicas de la época (que digo yo que también se me podía haber pegado algo de esto a mí). "Isco. Isco es el jugador.". Lo escribo por si alguien en la Casa Blanca quiere tomar nota y ceder a James al Millonarios de Bogotá.
Y también los toros. Fue Director General de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid (ojo al cargo, el concepto "asuntos taurinos" es como pa abrir otro blog), en la etapa que se divirtió más en su vida profesional. A mí, de lo taurino, solo me interesa José Álvarez, Juncal, pero me hizo mucha ilusión que en la corrida del domingo se guardara en Las Ventas un minuto de silencio en su memoria. Seguro que a él también se la hizo.
Y otra de sus características maravillosas era recibir a las amigas de mi madre cuando venían a casa en verano al más puro estilo Padres En Slip. Abanderado a rayas, para ser preciso.
Y otra de sus características maravillosas era recibir a las amigas de mi madre cuando venían a casa en verano al más puro estilo Padres En Slip. Abanderado a rayas, para ser preciso.
Hay momentos de la vida con tus padres que se te quedan grabados para siempre y no sabes por qué. Unos son realmente trascendentes y otros no, pero se te quedan igual. Por ejemplo, su pregunta de siempre cuando tenías un examen: "¿Qué tal te ha ido?" "Bien" "¿Bien con V o bien con B?" "Con V, papá, solo con V". La de campañas que solo estaban "bien con V" que habré mandado yo a la papelera.
O también, su culpabilidad por mi aversión a cualquier tipo de arte eclesiástico. La de viajes de 14 horas que nos habremos chupao en un 131, que era muy Supermirafiori pero no tenía aire acondicionao, porque "vamos a pasar por este pueblito que tiene un románico cojonudo". Hasta los huevos, créanme.
No era de hablar mucho. Podías tratar cualquier tema con él, pero era más bien de titulares cortos pero potentes. Recién cumplidos los 18 y a los mandos de mi flamante Fiat Uno, me dirigía a realizar mi primer viaje conductoril a las ignotas tierras de La Manga, donde me esperaba mi novia. Salgo de casa y mi padre me hace señas para que pare y baje la ventanilla. Se agacha y me dice "Ten cuidado con las curvas", hace una pausa valorativa y remata: "De todo tipo".
Y dotado de un sentido de la responsabilidad acojonante. Cuando Pacheco Jr tenía 3 años, estábamos subiendo a nuestro coche y Nil pregunta "¿puedo ir delante?" "¿pero cómo delante, Nil? ya sabes que los niños tienen que ir atrás sentados en su sillita" "es que Julio me deja ir delante" "¿cómo que te deja ir delante?" "sí, todos los días, cuando vamos al kiosko". Evidentemente, le llamo y le monto un pollo de primera división, ante la aterrorizante perspectiva de acabar con Pacheco Jr estampao en el parabrisas. Al día siguiente, estoy llegando a casa con la moto y veo el coche de mi padre, le adelanto y cuando voy a saludarle veo la carita de felicidad de Nil diciéndome hola desde, por supuesto, el asiento delantero. Y sin cinturón.
Papá, como en esta familia no somos de decirnos mucho las cosas, como que se da todo por supuesto, por si acaso me quedé corto te lo escribo ahora: te quiero.
Y no sé cómo decirle a Nil que te has muerto. Seguramente porque no sé cómo decírmelo a mí mismo.
O también, su culpabilidad por mi aversión a cualquier tipo de arte eclesiástico. La de viajes de 14 horas que nos habremos chupao en un 131, que era muy Supermirafiori pero no tenía aire acondicionao, porque "vamos a pasar por este pueblito que tiene un románico cojonudo". Hasta los huevos, créanme.
No era de hablar mucho. Podías tratar cualquier tema con él, pero era más bien de titulares cortos pero potentes. Recién cumplidos los 18 y a los mandos de mi flamante Fiat Uno, me dirigía a realizar mi primer viaje conductoril a las ignotas tierras de La Manga, donde me esperaba mi novia. Salgo de casa y mi padre me hace señas para que pare y baje la ventanilla. Se agacha y me dice "Ten cuidado con las curvas", hace una pausa valorativa y remata: "De todo tipo".
Y dotado de un sentido de la responsabilidad acojonante. Cuando Pacheco Jr tenía 3 años, estábamos subiendo a nuestro coche y Nil pregunta "¿puedo ir delante?" "¿pero cómo delante, Nil? ya sabes que los niños tienen que ir atrás sentados en su sillita" "es que Julio me deja ir delante" "¿cómo que te deja ir delante?" "sí, todos los días, cuando vamos al kiosko". Evidentemente, le llamo y le monto un pollo de primera división, ante la aterrorizante perspectiva de acabar con Pacheco Jr estampao en el parabrisas. Al día siguiente, estoy llegando a casa con la moto y veo el coche de mi padre, le adelanto y cuando voy a saludarle veo la carita de felicidad de Nil diciéndome hola desde, por supuesto, el asiento delantero. Y sin cinturón.
Papá, como en esta familia no somos de decirnos mucho las cosas, como que se da todo por supuesto, por si acaso me quedé corto te lo escribo ahora: te quiero.
Y no sé cómo decirle a Nil que te has muerto. Seguramente porque no sé cómo decírmelo a mí mismo.